La democracia no es perfecta. De hecho el cursilismo tradicional del profesorado la ha definido a veces como "el menos malo de los sistemas". Los problemas de la democracia son muchos y muy variados, quizá el mayor de todos es que la gente, la mayoría, se equivoca. Ha pasado a veces y el tópico marca a Hitler como fallo paradigmático, pero hay más de esos, países que llevaban más de una década con un partido encallado a la corrupción y la inmundicia que, con una campaña más o menos agraciada, conseguían mantenerse cuatro años más.

No son los únicos errores. La democracia tiene un problema (que a la vez es una bendición y su esencia) en la alternancia. En la conferencia de paz de Potsdam, en 1945, Stalin se encontró como interlocutores a Truman y Atlee. Acostumbrado a Roosvelt y a Churchill aquello fue coser y cantar. En el caso del primero lo que le quitó del medio fue la enfermedad, al segundo su propio pueblo la democracia. Lo de la permanencia de Stalin no estuvo nunca en entredicho. En las relaciones internacionales, a veces, ese plus de fuerza vale bastante aunque no por eso cambia la idea de pensar en la democracia como algo positivo.

Por último, la democracia se equivoca en sus designios. Suiza presume de sociedad plebiscitaria, como en Estados Unidos es habitual recurrir a consultas para enmendar leyes. Ayer fueron a urnas alentados por el miedo y un partido xenófobo, ese partido que hablaba en las últimas elecciones de las ovejas negras refiriéndose a los inmigrantes. El miedo ha ganado, han conseguido hacer pensar a su pueblo que el enemigo es too aquel que va a una mezquita, que la inseguridad es por su culpa, que han ido hasta Suiza para hacerles la vida imposible. Esto, que escrito así parece una cuestión cómica, ha terminado con la prohibición de construir más alminares.

Hoy algún sesudo analista dice que no se puede tolerar al que es intolerante cometiendo así un doble error. Por un lado cree que toda una religión es intolerante y todos sus seguidores lo son, por otro lado se olvida que, lo que hace a nuestra cultura algo superior, más libre y más avanzada, es precisamente haber superado el bíblico "ojo por ojo, diente por diente".


Los euroescépticos son un satán de andar por casa. Cuando salen artículos sobre ellos se les representa como lunáticos empeñados en ir contra el progreso y que ven un mundo lleno de peligros que terminaran con las esencias de váyase usted a saber qué. Esa caricatura tiene bases reales, la mayoría de los euroescépticos son quijotes modernos que hablan de la nación y ven comunistas por todas partes. Junto a ellos están los británicos, a los que no se puede meter en el saco de locos de remate pero se les puede despachar con un "ya se sabe son británicos" frase que podrían perfectamente completar con un "y conducen por la izquierda" para cerrar el tópico.

El caso es que, por otros motivos a los normalmente expuestos, hay motivos sobrados para ser cada día más euroescéptico. No creo que sea un problema de concepto general sino de desarrollo del mismo. Es decir, me parece atractiva la idea de una Europa unida en la que se olvidan rencillas tradicionales, que favorece un comercio común, una política extrerior que permita a los países tener voz, ayuda al desarrollo y demás conceptos teóricos que lleva aparejados la idea. Pero las cosas se hacen mal, porque esos líderes que no dejan de hablar de la democracia le dan un sablazo a la misma cada vez que se reúnen.

Por empezar con un detalle, el presidente del Parlamento Europeo es un cargo rotatorio entre los dos grandes partidos. Dura cada uno de ellos media legislatura y es un cargo de consenso, es decir, que obvia lo que dice el ciudadano. Porque de nada vale que un grupo tenga una abrumadora ventaja en número de escaños, su hombre sólo estará la mitad. Esto es una enorme patada a la democracia, una prostitución de una institución que todo el mundo espera democrática.

No es el único caso, esta semana hemos tenido ración grande de antidemocracia en la elección de las dos personas que serán la cara de la UE durante los próximos años. El problema no es que ellos dos sean personas faltas de carisma o similar sino el modo de elección. Han montado un mercado persa en el que unos y otros vendían sus productos a gritos mientras pactaban precios. En primer lugar, no es normal de nuevo la división por ideologías, uno para cada uno y que no haya problemas. Luego hay que subdividir el consejo para determinar las cuotas nacionales y encontrar dos personas anodinas para no quitar protagonismo a los grandes líderes (justo era esto lo que pretendía el texto, pero no se enteraron ni los que lo hicieron) paridad, como no, no vaya a ser que se olviden y, al final, engendro. Una vez más la democracia y las ideas fueron lo último que aparecía en la lista de requisitos.


Fue un día de octubre, es de suponer que hacía frío porque el escenario era Berlín. Poco importaba que los termómetros se congelasen en las calles, Alemania del este empezaba a desentumecerse y no iban a esperar a la primavera para levantarse. Las calles se llenaron de gente indefensa e inerme pero, por primera vez en cuarenta años, con ganas de gritar que no les gustaba su realidad y que había llegado el momento de cambiarla.

Ya con Enon Krenz como cabeza visible de la RDA el congreso fue a votar una ley. Se esperaba, como no, una mayoría aplastante e incontestada, la unanimidad absoluta a lo requerido por el líder, aunque este fuese nuevo tras la caída de Honecker. No pasó, unos pocos miembros del partido Liberal (partido marioneta hasta ese día) y alguno más del oficialista SED votaron en contra de lo propuesto. Horst Sindermann, presidente de la cámara, no daba crédito. Él tenía que contar los brazos que permanecían relajados en la mesa mostrando disconformidad con lo ocurrido. Era la primera vez que algo así pasaba y tuvo que auxiliarse de un ujier para esa tarea, Sindermann no sabía contar o, si sabía, en aquel momento no lo demostró. La impresión de que todo había cambiado estaba presente en aquella sala, pero era mucho más potente fuera de esos muros. Las iglesias permanecían repletas de gente que no dejaba de gritar pero que en ningún caso tiró mano de una piedra para amedrentar al opresor y no por falta de motivos, la República Democrática Alemana, como casi todo el bloque del este, eran lugares parecidos a la novela de Orwell 1984, donde toda vida era escrutada dentro de los límites designados por el régimen.

Los días en los que aconteció esto hoy son historia. La gente en la calle, las instituciones autoinmolándose, la caída del muro, la alegría más plena de reconciliarse con una ciudad siamesa, separada por un muro y un sistema antagónico. Berlín dejaba tras de sí una historia de pesares y abría sus puertas al mundo, han sido 20 años de reconstrucción en los que se ha ido olvidando todo lo que pasó durante cuarenta años en los que la felicidad era sospechosa.

Un pequeño detalle más. En un capítulo especial del Ala Oeste, el primero hecho tras la caída de las Torres Gemelas, uno de los personajes recuerda algunas ocasiones en los que se venció la tiranía sin necesidad de verter una sola gota de sangre. Se olvida de Alemania y, en general, de todo el bloque del este con la notable excepción de Rumanía. Supongo que estaban cansados de tanto miedo y tanto dolor y, para todo eso, sólo vale la esperanza y la ilusión, sentimientos antagónicos al a violencia. el vídeo, que dejo aquí, habla de terrorismo, pero no es difícil extenderlo a otros campos.

http://www.youtube.com/watch?v=NDsY8qCxLHQ