Fue un día de octubre, es de suponer que hacía frío porque el escenario era Berlín. Poco importaba que los termómetros se congelasen en las calles, Alemania del este empezaba a desentumecerse y no iban a esperar a la primavera para levantarse. Las calles se llenaron de gente indefensa e inerme pero, por primera vez en cuarenta años, con ganas de gritar que no les gustaba su realidad y que había llegado el momento de cambiarla.

Ya con Enon Krenz como cabeza visible de la RDA el congreso fue a votar una ley. Se esperaba, como no, una mayoría aplastante e incontestada, la unanimidad absoluta a lo requerido por el líder, aunque este fuese nuevo tras la caída de Honecker. No pasó, unos pocos miembros del partido Liberal (partido marioneta hasta ese día) y alguno más del oficialista SED votaron en contra de lo propuesto. Horst Sindermann, presidente de la cámara, no daba crédito. Él tenía que contar los brazos que permanecían relajados en la mesa mostrando disconformidad con lo ocurrido. Era la primera vez que algo así pasaba y tuvo que auxiliarse de un ujier para esa tarea, Sindermann no sabía contar o, si sabía, en aquel momento no lo demostró. La impresión de que todo había cambiado estaba presente en aquella sala, pero era mucho más potente fuera de esos muros. Las iglesias permanecían repletas de gente que no dejaba de gritar pero que en ningún caso tiró mano de una piedra para amedrentar al opresor y no por falta de motivos, la República Democrática Alemana, como casi todo el bloque del este, eran lugares parecidos a la novela de Orwell 1984, donde toda vida era escrutada dentro de los límites designados por el régimen.

Los días en los que aconteció esto hoy son historia. La gente en la calle, las instituciones autoinmolándose, la caída del muro, la alegría más plena de reconciliarse con una ciudad siamesa, separada por un muro y un sistema antagónico. Berlín dejaba tras de sí una historia de pesares y abría sus puertas al mundo, han sido 20 años de reconstrucción en los que se ha ido olvidando todo lo que pasó durante cuarenta años en los que la felicidad era sospechosa.

Un pequeño detalle más. En un capítulo especial del Ala Oeste, el primero hecho tras la caída de las Torres Gemelas, uno de los personajes recuerda algunas ocasiones en los que se venció la tiranía sin necesidad de verter una sola gota de sangre. Se olvida de Alemania y, en general, de todo el bloque del este con la notable excepción de Rumanía. Supongo que estaban cansados de tanto miedo y tanto dolor y, para todo eso, sólo vale la esperanza y la ilusión, sentimientos antagónicos al a violencia. el vídeo, que dejo aquí, habla de terrorismo, pero no es difícil extenderlo a otros campos.

http://www.youtube.com/watch?v=NDsY8qCxLHQ