Los euroescépticos son un satán de andar por casa. Cuando salen artículos sobre ellos se les representa como lunáticos empeñados en ir contra el progreso y que ven un mundo lleno de peligros que terminaran con las esencias de váyase usted a saber qué. Esa caricatura tiene bases reales, la mayoría de los euroescépticos son quijotes modernos que hablan de la nación y ven comunistas por todas partes. Junto a ellos están los británicos, a los que no se puede meter en el saco de locos de remate pero se les puede despachar con un "ya se sabe son británicos" frase que podrían perfectamente completar con un "y conducen por la izquierda" para cerrar el tópico.
El caso es que, por otros motivos a los normalmente expuestos, hay motivos sobrados para ser cada día más euroescéptico. No creo que sea un problema de concepto general sino de desarrollo del mismo. Es decir, me parece atractiva la idea de una Europa unida en la que se olvidan rencillas tradicionales, que favorece un comercio común, una política extrerior que permita a los países tener voz, ayuda al desarrollo y demás conceptos teóricos que lleva aparejados la idea. Pero las cosas se hacen mal, porque esos líderes que no dejan de hablar de la democracia le dan un sablazo a la misma cada vez que se reúnen.
Por empezar con un detalle, el presidente del Parlamento Europeo es un cargo rotatorio entre los dos grandes partidos. Dura cada uno de ellos media legislatura y es un cargo de consenso, es decir, que obvia lo que dice el ciudadano. Porque de nada vale que un grupo tenga una abrumadora ventaja en número de escaños, su hombre sólo estará la mitad. Esto es una enorme patada a la democracia, una prostitución de una institución que todo el mundo espera democrática.
No es el único caso, esta semana hemos tenido ración grande de antidemocracia en la elección de las dos personas que serán la cara de la UE durante los próximos años. El problema no es que ellos dos sean personas faltas de carisma o similar sino el modo de elección. Han montado un mercado persa en el que unos y otros vendían sus productos a gritos mientras pactaban precios. En primer lugar, no es normal de nuevo la división por ideologías, uno para cada uno y que no haya problemas. Luego hay que subdividir el consejo para determinar las cuotas nacionales y encontrar dos personas anodinas para no quitar protagonismo a los grandes líderes (justo era esto lo que pretendía el texto, pero no se enteraron ni los que lo hicieron) paridad, como no, no vaya a ser que se olviden y, al final, engendro. Una vez más la democracia y las ideas fueron lo último que aparecía en la lista de requisitos.
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