Bután debe ser el último lugar de la tierra. Su territorio es mínimo, sus economía minúscula. Están incrustados entre las montañas himalayas y las selvas indias, son un punto insignificante en el mapa. Pero, a pesar de esa irrelevancia, parecen un país feliz. Viven rodeados de territorios en constante convulsión. Nepal, China (Tíbet, de hecho), India y Pakistán componen su entorno más cercano. Países con intentos democráticos (bueno, China ni siquiera lo ha intentado) pero que distan mucho de haber conseguido una estabilidad, cada elección en ellos fue tenebrosa, muchas muertes subsiguieron las revueltas cuando algunos coroneles no quisieron aceptar la modernidad y terminaron golpeando la democracia.
Bután nunca tuvo nada de eso. Ni revueltas ni democracia. La democracia, de hecho, le da miedo a los butaneses. Ellos son felices con su rey, Jigme Singye Wangchuck, un excéntrico que obligó a vestir los trajes tradicionales de la región para no perder las tradiciones. También prohibió completamente el tabaco en el año 2004. Pero no, no es un excéntrico al uso de esos que tiraniza a su pueblo de hecho es todo lo contrario, es él quien se ha empeñado en convertir al país en una democracia. Y el pueblo no quiere. Pero lo hacen por su rey. Todo sea por el rey. El año pasado hicieron un simulacro con cuatro partidos, divididos en colores. Ganaron los amarillos, el color del monarca. Todo es adoración, no hay disidencia. En estas elecciones sólo hay dos partidos y la gente no sabe a quien votar. Porque de hecho no quieren, lo hacen por su rey. Algunas familias dividirán su voto, la mujer y el hijo un lado, el padre y la hija a otra ¿por qué? porque todos se conocen, hay sólo dos millones de personas. Al menos esa es la explicación que han dado.
Y los ciudadanos no se quejan, es un país pobre, pero excepcionalmente pronto, uno de esos ejemplos en los que los índices macroeconómicos y la realidad no caminan juntos. El estado tiene seguridad social completa y no pasan hambre, aunque los ratios de analfabetismo sean excesivos. Es sin duda alguna un país curioso con una curiosa transición a la democracia

Todos los países tienen dudas en sus miradas al exterior. Es la parte más difícil de la política, allí no hay legitimidad de los votos, porque te relacionas con gente que está en tu misma situación. Tampoco hay lugares comunes ya que al final, a todos les toca defender sus intereses y sólo sus intereses. Cuando llegan a la presidencia los políticos piensan en un mundo mejor, en horizontes lejanos y calmadas playas, en niños pequeños revoloteando por las calles y en un estado de enajenación perpetua en la población que les haga ser recordados como un Gandhi efectivo. Ninguno lo consigue, las trabas son muchas, tanto por la grandiosidad de los objetivos como por el choque con la realidad.
Los políticos se levantan por la mañanas con una encuesta de Zogby que les recuerda lo malo que es todo lo que han pensado. Si hubiesen pensado otra cosa la demoscopia les comentaría exactamente lo mismo que con sus propios pensamientos: todo lo que no han reflexionado también es catastrófico ¿por qué? porque la sociedad no tiende a ponerse de acuerdo y se escucha mucho más la voz discordante que la que va en torno a la mayoría. Cualquier propuesta de cierto calado tendrá algunos apoyos, muchísima indiferencia y cientos de ruidosas voces discordantes. Por eso es difícil la política y mucho más aún la exterior, aderezada con diferencia de tamaño y potencial entre países, un gran estanque de peces de colores con algunos.
Es difícil pero hay que tomar un rumbo. No siempre es el adecuado, los fallos son usuales, pero lo que es imposible es permanecer impasible viendo como las cosas suceden a lo alrededor. Así que de vez en cuando toca tomar decisiones. En Estados Unidos se debaten entre mirar a Europa de frente o mirar hacia dentro. El aislacionismo yanqui siempre está tamizado, es un país que suele mirar con el rabillo del ojo lo que pasa, como una niña -una cualquiera no la de Rajoy, que está a otras cosas- sorprendida por ver un mundo nuevo.
En Europa desde hace tiempo se sufre una dicotomía. Por un lado se puede mirar al centro del propio continente. Hay motivos, o eso se cree, para mirar por encima del hombro. Somos una sociedad desarrollada, culta y avanzada, o al menos esa es nuestra impresión de nosotros mismos cuando la cosa es comparar con los demás. Pero a parte de la pinta de hidalgo trajeado es evidente la limitación que tiene Europa. Hace tiempo que dejó de crecer, el potencial pasado parece ya superado y su papel se ha visto disminuido a comparsa con honores. Toca mirar hacia fuera. O quizá no, vuelve la dicotomía. Una disyuntiva en la que siempre los caminos son erróneos.

El día que murió Nizayov, hace cerca de año y medio, la prensa tenía una historia que contar. Todos los profesionales se encontraban ante una figura enigmática, oscura, excéntrica y aliada de los occidentales. Uno de esos dictadores de extrañas costumbres y recursos naturales suficientes para que nadie les señale con el dedo.
Niyazov nació en 1940 en Gypjak una ignota ciudad de la no menos desconocida Turkemistan. Su infancia no estuvo jalonada de buena suerte, su padre murió en la II Guerra Mundial a manos de los Nazis y el resto de su familia cercana no sobrevivió a un terremoto. Él pasó primero por un orfanato y, posteriormente a casa de algún familiar lejano. Cuando aún era joven decidió entrar en el Partido Comunista y, como en tantos otros casos, su ascenso fue imparable. Visto desde lejos no parece difícil trepar con un poco de ambición en una zona tan deprimida como Turkemistan en la antigua Unión Soviética, pero puede ser que subestime al personaje y en realidad fuese un hito de proporciones legendarias como se vende en el país. En 1985 se convirtió en primer secretario del Partido Comunista en Turkemistan. Sólo 45 años en una gerontocracia acostumbrada a dar al mundo gente como Andropov o Chernenko es una buena edad para ser considerado un joven prometedor. Claro que viendo la fecha que era a la URSS le quedaba poco. Ellos no lo sabían, pero la posición adquirida por Niyazov (y por alguno que otro más bastante parecido) era un regalo perfecto para pasar a ser jefe de estado y gobierno plenipotenciario, lo perfecto para un tipo con las veleidades de poder de Niyazov.
En 1992 se convirtió en el líder de todos los Turkmenos y ganó la votación que le proclamaba presidente del pequeño país por un 99,9% de los votos, una cifra que a los ojos occidentales puede parece estrambótica pero que en ojos de la URSS parecía algo hasta habitual. Decidió para empezar un mandato "corto", de diez años, para darle al país la evolución necesaria. Y este fue su pasaporte perfecto a convertirse en el dictador que todo cómic querría parodiar. Niyazov tiene cientos de anécdotas para contar. Debe ser el único líder mundial que toda su vida rechazó tener un chófer, escribió un libro que pronto fue obligatorio en todas las escuelas del país y no tardó mucho en cambiar los meses del calendario. Por supuesto los nuevos meses (y nuevos días, que también los renombró) estaban inspirados en la nueva mitología turkmena que incluye personajes como el propio Niyazov o su querida madre. Lo de su madre es curioso, porque también renombró el pan para que se empezase a llamar como ella. Y eso que sólo le sobrevivió ocho años.
Niyazov sembró de estatuas con su efigie el país, cosa a la que quitaba importancia porque a él no le importaba, era todo cosa de su pueblo, que le adoraba. El caso es que viendo algunas reacciones a sus chaladuras no hay que descartar que no todo fuese cosa de su desquiciada neurona. Cuando anunció que se retiraría a los 70 años un tal Sopiev dijo que tenía que dirigir el país hasta los 150 años. Fue un hombre humilde, rechazó el honor pedido por su pueblo -o por sus acólitos, nunca se sabe- de ser nombrado el mejor escritor turkmeno de toda la historia. Lo que no pudo rechazar es una propuesta para que se crease una escuela específica en la que sólo se enseñase la filosofía del libro. La construcción del recinto terminará en 2010, así que no se puede esperar menos que un opulento templo a la personalidad del ya fallecido líder.
En su estancia en la presidencia -hasta su muerte, como ya podríais haber imaginado- Niyazov prohibió la ópera y el ballet, las barbas y el pelo largo, ordenó la creación de un palacio de hielo, obligó a pasar un test de moralidad para conseguir el carnet de conducir, quitó todos los hospitales que no estuviesen en la capital Asgabat, prohibió la venta de libros -el suyo se regala- la de videojuegos - no consta que programase ninguno-, obligó a los físicos a abjurar del juramento hipocrático y hacer a cambio un juramento al líder. Siguiendo sus mandatos megalómanos decidió la existencia de un nuevo ciclo vital en el que la infancia concluye con 13 años, la adolescencia continúa hasta los 25 y en la adultez hay una fase profética hasta los 61 y otra inspiradora hasta los 73.
Cuando murió nadie levantó la mano para recordar que su vida había estado plagada de locuras y represión, su figura fue pasada por alto por la mayoría y algunos enviados de muchos países pasaron a verle en su último adiós, todo esto por las reservas gasísticas del país.