Todos los países tienen dudas en sus miradas al exterior. Es la parte más difícil de la política, allí no hay legitimidad de los votos, porque te relacionas con gente que está en tu misma situación. Tampoco hay lugares comunes ya que al final, a todos les toca defender sus intereses y sólo sus intereses. Cuando llegan a la presidencia los políticos piensan en un mundo mejor, en horizontes lejanos y calmadas playas, en niños pequeños revoloteando por las calles y en un estado de enajenación perpetua en la población que les haga ser recordados como un Gandhi efectivo. Ninguno lo consigue, las trabas son muchas, tanto por la grandiosidad de los objetivos como por el choque con la realidad.
Los políticos se levantan por la mañanas con una encuesta de Zogby que les recuerda lo malo que es todo lo que han pensado. Si hubiesen pensado otra cosa la demoscopia les comentaría exactamente lo mismo que con sus propios pensamientos: todo lo que no han reflexionado también es catastrófico ¿por qué? porque la sociedad no tiende a ponerse de acuerdo y se escucha mucho más la voz discordante que la que va en torno a la mayoría. Cualquier propuesta de cierto calado tendrá algunos apoyos, muchísima indiferencia y cientos de ruidosas voces discordantes. Por eso es difícil la política y mucho más aún la exterior, aderezada con diferencia de tamaño y potencial entre países, un gran estanque de peces de colores con algunos.
Es difícil pero hay que tomar un rumbo. No siempre es el adecuado, los fallos son usuales, pero lo que es imposible es permanecer impasible viendo como las cosas suceden a lo alrededor. Así que de vez en cuando toca tomar decisiones. En Estados Unidos se debaten entre mirar a Europa de frente o mirar hacia dentro. El aislacionismo yanqui siempre está tamizado, es un país que suele mirar con el rabillo del ojo lo que pasa, como una niña -una cualquiera no la de Rajoy, que está a otras cosas- sorprendida por ver un mundo nuevo.
En Europa desde hace tiempo se sufre una dicotomía. Por un lado se puede mirar al centro del propio continente. Hay motivos, o eso se cree, para mirar por encima del hombro. Somos una sociedad desarrollada, culta y avanzada, o al menos esa es nuestra impresión de nosotros mismos cuando la cosa es comparar con los demás. Pero a parte de la pinta de hidalgo trajeado es evidente la limitación que tiene Europa. Hace tiempo que dejó de crecer, el potencial pasado parece ya superado y su papel se ha visto disminuido a comparsa con honores. Toca mirar hacia fuera. O quizá no, vuelve la dicotomía. Una disyuntiva en la que siempre los caminos son erróneos.
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