Pongamos como punto de partida que nosotros, los occidentales, somos los buenos. Lo sé, es mucho decir, hay mucho que discutir y cientos de cabos que atar, pero tomemoslo como inicio del tema.

Con esto sabido ¿para qué necesitamos los servicios secretos? Para comenzar debo decir que no creo en los secretos de Estado, es más, me parecen una de esas grandes mentiras que se esgrimen una y otra vez. Es el culmen de la falacia, que un Estado le diga a sus ciudadanos lo que debe y no debe saber actuando más como un padre protector que como un organizador social. El primer papel es inaceptable para cualquier sociedad más o menos moderna. Pudo valer en la era ilustrada, con aquello de todo para el pueblo pero sin el pueblo, pero hoy en día la propuesta es falaz.

No existe ningún motivo para que el Estado se arrogue el derecho a hacer cosas en secreto durante un tiempo ilimitado y sin rendir cuentas a nadie. Las operaciones policiales pueden tener un espacio de oscuridad hasta ser resueltas, pero para eso no se necesita un cuerpo que viva del secreto y actúe perpetuamente a espaldas de los ciudadanos.

Alguno dirá que el enemigo (o los enemigos, que los hay y son innegables) actúan en las tinieblas y que hay que utilizar sus armas para amordazarles. Así lo único que se consigue es ponerse a su nivel, transitar la ilegalidad y utilizar métodos pérfidos para fines loables (cuando estos son loables, que no siempre pasa).

Vivimos imbuidos en un estado del miedo. Nos plantan en la cara la existencia de manos negras muy dispuestas a destruir nuestra forma de vida y, con ese supuesto por bandera, nuestros gobernantes se afanan en proponer casi cualquier cosa, por obscena que parezca. Jean De Menezes murió en el metro de Londres por ese histerismo de seguridad, porque el Estado se empeña a hablar de seguridad y se olvidan de que un mundo en el que lo seguro es enfermizo es mucho menos libre y, consecuentemente, peor. No es un caso aislado, es sólo un punto sangriento. Tony Blair pasó sus días pidiendo que se aumentara el tiempo de detención de un preso por motivos de terrorismo. No le parecían muchos 28 días de detención sin ningún tipo de cargo, sólo por una sospecha. Él pedía 42, más de un mes con alguien metido en una cárcel sin una acusación ninguna sólo esgrimiendo la seguridad como excusa. Blair pensaba que sus ciudadanos así serían más libres por estar más seguros, pero la realidad plantea lo contrario, una ampliación de la seguridad es siempre un recorte de las libertades.

Hace poco más de un mes Dick Cheney era acusado por haber dejado a los servicios secretos excederse de sus ya de por si excesivas prerrogativas. Comentaba el antiguo vicepresidente que no se podía hablar del tema, que criticar las torturas de la CIA era casi un pecado porque, hablando de ellas, las posibilidades de éxito de las mismas eran menores. En resumen, que poner en duda los métodos antiterroristas y las leyes patriotas era fortalecer el enemigo. Una vez más mentía, sólo se hace fuerte al enemigo cuando se le aceptan sus métodos y se utilizan las mismas maneras de hacer las cosas. Cuando se pone uno a la altura del terrorista sólo se está emponzoñando y, ya de paso, subiendo la categoría moral de ese enemigo contra el que se está actuando. No en vano, si utilizamos sus métodos es que consideramos que estos son aceptables.

En España también tenemos un largo rosario de desfachateces de nuestros servicios secretos. Han secuestrado, asesinado, torturado, extorsionado, escuchado a sus propios ciudadanos, han mentido siempre y han tenido líderes supremos como Alberto Sainz, un tipo que consideraba la pesca submarina como un secreto de Estado (peor aún fue cuando le dieron la razón y declaró ante la comisión de secretos, es decir, cuando se le escondió el tema a los ciudadanos).

Por último hay un tema, para mi menos importante, que es la inoperancia de estos cuerpos. Quizá en la Guerra Fría, cuando eran los estados los que se peleaban y los que se espiaban, esto tenía algún sentido. Hoy no es así, los terroristas actúan impunemente, tiran torres, revientan estaciones, usan armas bacteriológicas y las estructuras secretas del estado sólo caminan como un pato mareado a punto de caer en la cocina de un restaurante chino. Son, además de obscenas, muy inútiles.